Capítulo 1.
Cuarta parte.
Aires de incertidumbre.
Aires de incertidumbre.
Daniel fue llevado hasta un subterráneo donde había un conjunto de celdas vacías, salvo una en donde podía verse silueta femenina agazapada en un rincón. Las celdas eran oscuras y húmedas, cada una tenía una ventilación enrejada desde donde entraba la poca luz natural que iluminaba el funesto paisaje. Lo que más destacaba era la tranquilidad, un envidiable y profundo silencio, sin duda una verdadera bendición porque ya no tenía que soportar las insistentes preguntas de la fotógrafa de la reina.
A penas fue dejado solo, el agente se retiró lo más cerca de la ventilación posible, alejándose de un penetrante olor a orina que emanaba del suelo de piedra de la prisión; al parecer había sido dejado ahí a propósito. Daniel estaba empezando a disfrutar los cálidos rayos del sol y el aire que entraba por el pequeño agujero con rejas, cuando de repente el aire y el sol se esfumaron para dar paso a un molesto y cegador rayo de luz blanca. Mientras trataba de recuperar la voz y entender que había pasado, sintió la voz de Aleja-Té, quien le volvía a preguntar cuales eran sus planes de terrorismo en The Palomera's Island . Era la gota que rebalsaba el vaso, nuestro agente se encolerizó.
- Señora - gritó el agente - puede apartarse de la ventilación, me gustaría respirar.
- ¿Me estás amenazando verdad? si es así no te tengo miedo. Ahora confiesa, ¿cuál es tu nexo con Bin Laden?
- Sólo quiero un poco de sol y aire, ¿es mucho pedir?
- Te doy todo el sol y aire que quieras, si respondes que "sí" a todas y cada una de mis preguntas. Es fácil, solo debes decir si, y nos ahorramos esta lata de tener que escuchar tu desagradable voz.
Daniel se dio cuenta que no obtenía nada con discutir con aquella mujer, así que respiró lo más hondo posible y se fue al lado más oscuro y fétido de la celda, incluso pensó que era preferible enfermarse y caer en coma que seguir viviendo esa pesadilla, sin embargo, ahora la periodista gritaba con su chillona voz. Además, la idea no le pudo resultar peor, el olor era nauseabundo y dejar de respirar no era la mejor opción, porque tarde o temprano comenzaba a ahogarse y se veía forzado a tragar una bocanada de aire que le generaba arcadas. Pronto aprendió que era mejor respirar lo justo y necesario, lo más lento posible. Cuando ya estaba a punto desmayarse sintió como los guardias de la prisión, alejaban a Aleja-Té mientras ésta despotricaba alegando que ella era amiga de la reina y que por tanto ella podía estar donde quisiera, incluso llegó a decir que haría lo posible para que los condenaran a muerte por expulsarla. Por fin pudo recuperar la ventana y respirar.
Bastaron 10 largos minutos junto a la ventila para que el agente pudiera sobreponerse, nunca antes había disfrutado tanto la briza suave de aquella isla. Mientras se relajaba empezó a sentir susurros femeninos, y unos chillidos que parecían un tímido llanto, venían de la celda más distante. Los sonidos venían de demasiado lejos como para darse cuenta para saber de que hablaban, pero si pudo notar quienes eran las personas que hablaban. Una de ellas era la extraña mujer púrpura, la misma que acompañaba a la reina, y su acompañante era una joven que se tapaba el rostro porque no quería que la vieran llorar mientras se apoyaba en el hombro de la primera, vestía totalmente de negro, y lo único de color que poseía, era una cinta de color rojo, con el que se amarraba el pelo. La visión era conmovedora, sin embargo, para Daniel lo único que importaba era respirar.
A los pocos minutos, las dos mujeres se despidieron lo que acrecentó los quejidos de llanto de la chica de la cintita roja, quien nuevamente se refugió en la parte más oscura de su celda, volviéndose a convertir en tan sólo una silueta femenina. Mientras un guardia cerraba la reja, la mujer de la túnica comenzó a caminar lentamente hasta el agente, sin quitarle en ningún momento la mirada de encima. Daniel comenzó a ponerse nervioso, de pronto respirar ya no era tan importante, cuando la mujer estuvo cerca se tapó la cara con su propia túnica, y permitió escuchar su voz al agente por primera vez:
- Guardia, conduzca este hombre atado y con los ojos vendados hasta la habitación Mana Dublé.
- Mi señora, la reina no quiere que el prisionero salga hasta la hora de la fiesta - respondió el guardia con tono seguro.
- ¿Y ud. pretende que la reina reciba a esta piltrafa con olor a orina y con esa ropa?, si tu quieres ser responsable de ese insulto a su majestad, pues déjalo acá, y tu mismo se lo presentas a la reina.
El guardia acató la orden en silencio, atando y vendando a Daniel, quien estaba feliz de poder salir de esa horrenda prisión, aunque no tenía idea a donde lo conducían. Solo sabía que lo llevarían en un automóvil, para asombro del agente, que ya pensaba que viajaría entre sandías y tomates nuevamente.
Cuando el agente pudo ver la luz al fin, pudo ver lo preciosa que era la habitación Mama Dublé. Estaba en medio de un palacio, la habitación era hexagonal, como parte de una torre. El cielo de la habitación estaba pintado entero de celeste, y en su centro tenía el escudo real de "The Palomera's Island" forjado en oro, y en relieve. Las seis altas murallas que rodeaban a Daniel eran de color verde agua, decoradas con trenzas de oro puro. Cada muralla tenía dos ángeles de oro en posición distinta cada uno con una pequeña lámpara de lágrimas en su mano derecha. Habían tres murallas con inmensos ventanales, de las tres restantes, la de al medio tenía una gran puerta doble, también de color verde, y las otras dos restantes cada una chimenea, con un espejo encima con la forma de las ventanas. De las tres murallas que tenían ventanales, el de al medio tenía un fino sillón para dos personas, de manera muy brillante, con un tapiz rojo decorado con arabescos blancos. Y al centro de la habitación una mesa de madera cuyas patas tenía las mismas trenzas de las murallas.
Daniel aún estaba asombrado con la belleza de aquel lugar, cuando la puerta se abrió. Un hombre entró rápidamente a la habitación, como si huyera de algo, tras el hombre entró la mujer de la túnica púrpura lentamente quien con un además ordenó al guardia que se retirara. El agente aún no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. El hombre le preguntó a Daniel cuanto calzaba y que talla de ropa usaba, le midió el cuello, el largo de los brazos, el tiro, la cintura y el largo de los pies, y luego se retiró corriendo sin decir absolutamente nada. La mujer siempre estuvo de pie, simplemente observando, una vez solos ella fue la que rompió el silencio.
- Me debes la vida muchacho, y espero que eso no se te olvide. Pudiste morir en la hoguera y por tanto te exijo la gratitud que humildemente me merezco.
- Si me lo permite, no sé si agradecerle, porque aún no entiendo nada de lo que pasa en este lugar.
- Es más simple de lo que crees. Molestaste a la reina en dos oportunidades, lo suficiente como para que seas ejecutado, y si no fuera por mi influencia sobre su alteza no estarías aquí.
El agente intentó dilucidar que tramaba esta mujer mientras la escuchaba, porque sin duda esos supuestos gestos de benevolencia buscaban algo a cambio, sin embargo, era demasiado pronto como para poder entender que es lo que se tramaba esta mujer.
- Puedo saber tu nombre - replicó el agente.
- Solo pocos tienen ese privilegio - mirando como si la hubiesen insultado - pero dime como todos, Aurora.
- Mucho gusto.
Nuevamente se abrió la puerta para dar paso al mismo señor de antes, esta vez traía ropa muy elegante y un par de zapatos, que dejó en la mesa del centro de la habitación. Tanto Aurora como su acompañante se retiraron, mientras la primera le decía, tienes 10 minutos para cambiarte ya que nuestra conversación no ha terminado.
Bastó que cerraran la puerta para que Daniel recordara que tenía que ir al concierto, miró por cada uno de los ventanales pero era imposible huir de ahí, estaba en un palacio, y por lo menos en un cuarto piso de altura. Así que no tuvo más alternativa que vestirse, ésta vez le dio gracias a Dios por no tener que vestirse con faldas de paja, por fin algo no salía del todo mal.
Cuando terminó de vestirse Daniel se sentó en el sillón, no quería salir de inmediato por ningún motivo. Necesitaba pensar y tranquilizarse, sin embargo, todo lo sucedido le hacía pensar que quizás podía correr la misma suerte de Ojos de Fueyo. A los pocos minutos ya estaba resignado a su suerte, y encomendándose al Señor nuestro agente se miró en uno de los espejos por enésima vez, y salió por aquella puerta.